divendres, 15 de març del 2013

De partits de masses a partits de masses electorals

Manuel Martínez Sospedra

Los partidos contemporáneos se han transformado profundamente, hecho que ha comportado el paso del los "partidos de masas" (fueran de derechas o de izquierdas) a "partidos de masas electorales", donde el resultado electoral ha pasado a convertirse un fin en si mismo, no un medio.

MARTÍNEZ SOSPEDRA, Manuel: Introducción a los partidos políticos.Ariel Derecho.Barcelona 1996
CORTÉS, Pilar Cortés: Com es financen els partits polítics.Eumo Editorial. Al dia. Vic 2008

Els partits de masses
Son partidos de afiliación, con un fuerte componente ideológico, importantes lazos organizativos verticales donde la dirección del partido tiene una posición preeminente. Se dirigen, sobre todo, a un electorado fiel y se finacian con las cuotas de la afiliación i actividades colaterales.
Estos partidos han ido evolucionando hacia los llamados "partidos de masas electorales". El SPD alemán seria el pionero en Europa. Este partido, que aspiraba a ser  un Volkspartey (partido del pueblo), participó en la Gran Coalición (con el soporte de los liberales) obteniendo un importante control del estado federal.

Els partits de masses electorals  (catch all)
Aquests "partits de masses" han evolucionat vers el que Martínez anomena ", "partido electoralista con débiles lazos organizativos verticales y que se dirige sobre todo a un electorado de opinión (...) Resultan típicos  de la moderna política europea y, aún cuando cuentan con una estructura interna similar a los partidos de masas, su ideología está escasamente definida, su disciplina con frecuencia carece de rigidez, y en el caso de los partidos de orientación conservadora la dirección se encuentra confiada a un grupo de "notables". Este tipo de partidos pretenden obtener una adhesión poli o interclasista y para ello postulan programas de intereses muy variados e incluso teóricamente contrapuestos.

De partits de masses, a partits de masses electorals

Manuel Martínez Sospedra
Los partidos contemporáneos se han transformado profundamente, hecho que ha comportado el paso del los "partidos de masas" (fueran de derechas o de izquierdas) a "partidos de masas electorales", donde el resultado electoral ha pasado a convertirse un fin en si mismo, no un medio.

MARTÍNEZ SOSPEDRA, Manuel: Introducción a los partidos políticos.Ariel Derecho.Barcelona 1996
CORTÉS, Pilar Cortés: Com es financen els partits polítics.Eumo Editorial. Al dia. Vic 2008

Els partits de masses
Son partidos de afiliación, con un fuerte componente ideológico, importantes lazos organizativos verticales donde la dirección del partido tiene una posición preeminente. Se dirigen, sobre todo, a un electorado fiel y se finacian con las cuotas de la afiliación i actividades colaterales.
Estos partidos han ido evolucionando hacia los llamados "partidos de masas electorales". El SPD alemán seria el pionero en Europa. Este partido, que aspiraba a ser  un Volkspartey (partido del pueblo), participó en la Gran Coalición (con el soporte de los liberales) obteniendo un importante control del estado federal.

Els partits de masses electorals  (catch all)
Aquests "partits de masses" han evolucionat vers el que Martínez anomena ", "partido electoralista con débiles lazos organizativos verticales y que se dirige sobre todo a un electorado de opinión (...) Resultan típicos  de la moderna política europea y, aún cuando cuentan con una estructura interna similar a los partidos de masas, su ideología está escasamente definida, su disciplina con frecuencia carece de rigidez, y en el caso de los partidos de orientación conservadora la dirección se encuentra confiada a un grupo de "notables". Este tipo de partidos pretenden obtener una adhesión poli o interclasista y para ello postulan programas de intereses muy variados e incluso teóricamente contrapuestos.


Característiques dels partits de masses electorals
Las consecuencias del predominiode los partidos de electores
El partido catch-all y su predominio, ha sido en parte una respuesta a la necesidad de adaptarse en unos casos ala política de masas y en otros de la conciencia de la necesidad de ampliar el propio electorado más allá de las fronteras confesionales (como en el caso de La CDU alemana, marcando una diferencia esencial con el viejo Zentrum) o de clase. Pero también ha sido una respuesta al cambio delclima político consecuencia de los cambios sociales acontecidos en Europa occidental después de 1945 y, en especial, desde los anos cincuenta.
Su adaptación a una sociedad de masas, que cuenta con movilidad social, la democratización
del consumo, la dulcificación de las fracturasde clase y la suavización de los conflictos de tal tipo, etc.,es innegable. De modo resumido, el predominio de los partidos de electores ha supuesto dos tipos de consecuencias: directas e indirectas.

Consecuencias directas
  • Una disminución de la capacidad de los partidos para encuadrar un electorado a la vez socialmente más complejo y menos susceptible de regimentación, y con ello, una disminución, en no pocos casos radical, del peso y la importancia política de los afiliados y de las organizaciones elementales del partido.
  •  Una dificultad creciente para controlar a un electorado progresivamente más complejo y cada vez menos encuadrado, lo que se traduce tanto en el incremento del «voto flotante» como en el debilitamiento de la identificación de los electores con «su» partido. Lo que tiene, a su vez, un efecto de retorno: el aumento de la incertidumbre que debe afrontar la organización y sus dirigentes. En otros términos, incluso en el caso de los partidos fuertemente institucionalizados, el voto fiel disminuye, tanto en términos relativos como en términos absolutos, con lo que la parte acotada del territorio de caza, aunque siga teniendo un papel esencial. tiende a reducirse.
  • La edulcoración del mensaje ideológico de los partidos y su progresivo desplazamiento por una mixtura de ofertas políticas pragmáticas y de estetización comercial de la política como espectáculo, que conducen a una determinada forma de afrontar las contiendas electorales: en términos de imagen. Lo que, a su vez, tiene como efecto de retorno el debilitar la identificación de partido e incitar la volatilidad electoral.
  •  La tendencia al predominio de los profesionales reclutados para las actividades politicas y al papel de los expertos, cuyo papel es creciente en el diseño y aplicación de las políticas del partido, y de los electos como expresión de la imagen pública del partido, que, en el extremo, lleva a la personalización del liderazgo partidista.

Efectos negativos
  • El partido de electores minimiza la importancia dela afiliación y disminuye fuertemente la importancia política de los afiliados y de su aportación al partido. En el extremo, que no es raro en los partidos españoles-, la afihactón carece de otra significación social y política que vaya más allá del campo de lo simbólico. La consecuencia necesaria es un descenso notable del grado y la amplittud de la participación política de los ciudadanos. En la medida en que el modelo se impone, las oportunidades efectivas de que dispone el ciudadano para participar en la vida pública con algo más que su sufragio se reducen drásticamente.
  • El partido de electores es el instrumento idóneo para la configuración de una democracia elitista en la que las promesas panicipativas que constituyen el acompañamiento necesario de la vida democrática no tienen otro papel que el de ser defraudadas. El partido catch-all reduce drásticamente el espacio destinado a los polticos amateurs y a los ciudadanos con cierto nivel de conciencia polflica. Y al hacerlo mutila la democracia y erosiona la comunicación que debe existir entre dirigentes y dirigidos, electos y electores.
  • La vida política se hace opaca para el ciudadano. Al producir el predominio del político profesional y encerrar la polftica en una élite (no es casual la resurrección exitosade la teoría de la "clase política" y su corriente uso en los medios de comunicación), ésta adopta el lenguaje y los modos de los expertos y se hace progresivamente incomprensible para el ciudadano común, que apenas tiene el recurso de informarse y formar su opinión mediante el contacto con los afiliados, a menudo tan ajenos como él a los procesos de toma de decisiones y a las razones que producen éstas. La opacidad conlleva incomprensión y extrañamiento y, como mecanismo compensador de carácter vicario o ficticio, constituye un nada despreciable estimulo a la "fulanización" de la vida política y de la imagen socialmente percibida de las organizaciones partidarias.
  •  El descenso de la importancia de la afilioción conduce al descuido de ésta. Los miembros efectivos, los militantes, tienden a cerrar el partido sobre sí mismo y constituir un grupo cerrado cuyo acceso es epsisódico y difícil. Al haber perdido una parte importante de su fuerza la comunidad de ideas, y con ella las retribuciones mediante recursos de identidad, tienden a pasar a primer plano los incentivos selectivos. En estas condiciones, la apertura a nuevos militantes significa un incremento de la competencia por esos incentivos, que es rechazada por aquellos que tienen acceso actual a los milsmos. Las prácticas restrictivas de la competencia no son sólo un fenómeno de los mercados decompetencia imperlecta. La militancia es reducida y no crece porque no existen incentivos organizativos que favorezcan ni el crecimiento ni la apertura del partido al resto de la sociedad.
  • La actividad del partido tiende a hacerse intermitente. La actividad partidaria es reducida en la vida cotidiana, y el partido sólo se agita en período electoral. Pero lo que resulta funcional en periodo ordinario, la reducción del número de militantes, el cierre y oligarquización de los mismos, el dominio de las cúpulas. se torna disfuncional en período electoral. porque éste requiere un ingente esfuerzo de movilización de masas. Los militantes que no existen enla vida normal no se improvisan cuando llegan las elecciones, y su ausencia debe ser suplida por personal contratado y el uso de los medios de comunicación; en consecuencia, el coste de las campañas electorales se dispara y supone en marcha la máquina infernal de los problemas financieros crónicos, de sus soluciones, de las consecuencias de esas soluciones, de la que se ha hecho mención.
  • Aparece un problema estructural de financiación. En el partido de electores no es posible recurrir en gran escala a la financiación mediante cuotas de afiliados, dada la tendencia a la reducción de éstos y su escaso papel social, lo que impide tanto una rigurosa exigencia en el pago, cuanto la obtención de grandes sumas por esta vía. Esa minorción dificulta el uso de los medios de financiación que se reclaman de la afiliación (prensa, fiestas, etc.). Disminución de recursos monetarios propios que se ve acompañada de una caída drástica del trabajo político a título honorario. Y esa caída de ingresos y recursos propios se produce, como se ha señalado, en un contexto que exige inversiones electorales crecientes. Ello impulsa a los partidos a la financiación irregular (bien sea mediante donativos empresariales extranjeros, bien mediante el uso de medios ilegales) y al crecimiento de la financiación pública que si se percibe de forma centralizada, permite a la coalición domimante contar con independencia financiera de los afiliados y la base social del partido.
  • El predominio del pragmatismo y 1a edulcoración ideológica han tenido la virtud de restar tensiones a la vida política y a la competencia partidaria, pero a largo plazo tienen un efecto insidioso sobre una función capital del partido: la función programática. Al disminuir la impotancia del discurso ideológico se corre seno nesgo de debtlitamiento de la capacidad de los partidos para producir nuevas alternativas políticas, nuevos proyectos políticos sobre la base de los cuales reconstruir la identidad partidaria, orientar la acción del partido y mediante ésta la de los poderes públicos, y de este modo contribuir a la cohesión del sistema político. La disminución citada, por el contrario, favorece la rutinización primero y el vaciamiento después de las etiquetas ideológicas, el desvanecimiento progresivo de la capacidad de orientación polítca, y una incapacidad creciente para proporcionar marcos globales de referencia en los que encuadrar los nuevos problemas
  • Por ello no tiene nada de extraño que el predominio de los partidos catch-all haya constituido el telón de fondo del surgimiento de los «nuevos movimientos sociales» (pacifismo, feminismo, ecologismo, nacionalismo) y, en su estela, de la proliferación de los "partidos de un solo tema". El partido de electores debilita tanto la identificación de partido -consecuencia del debilitamiento de su identidad ideológica-como la red asociativa sobre la que partido reposa; en consecuencia, la capacidad de los para obtener y mantener lealtades y encuadrar a los electores se debilita fuertemente. El sistema de partidos se «descongela".  Consecuencia lógica por lo demás: si no tienen consistencia práctica los teóricos marcos globales que encuadran la acción pragmática de los partidos, ¿cómo tachar de  irracional, disfuncional o inconveniente la creación de un parttido de los automovilistas, de los agricultores, de quienes están hartos del impuesto progresivo sobre la renta, o delos medioambientalistas?
  •  La comunicación entre las cúpulas de los partidos y las Administraciones públicas, por un lado, y los electores, por otra, no puede desarrollarse a través de a militancia de los partidos, puesto que éstos apenas funcionan como asociaciones civiles y, en consecuencia, apenas pueden sa-tisfacer las exigencias propias del proceso de comunicación. Tal viene cubierta por los mass media en general y, en por aquellos que o bien tienen una gran penetración y l1egan a gran número de electores(como los electrónicos), o bien tienen un papel decisivo en la formación de la opinión pública (como los grandes diarios nacinnales y regionales). De este modo, la prensa adquiere un papel político relevante al satisfacer una necesidad quede otro modo no podría serlo y. con ello, se convierte en un actor político imprescindible que no es percibido ni se autoconcibe como tal, que acaba compitiendo con los polítiprofesionales y sus partidos en la función de orientación y estructuración del electorado. Por ello nada tiene de particular que las relaciones entre prensa y clase política sean tensas, en especial en aquellos casos, como el español,en que el predominio de los partidos catch all es aplastante y su tradición corta.
En todo caso merece la pena subrayar que tras la revolución de 1989 y la subsiguiente desaparición que el retodel «Soctalismo realmente existente» y la amenaza soviética hacían pesar sobre los sistemas de partidos europeos, se ha producido una avalancha de cambios que dudo mucho que se puedan.
desligar del desconento general respecto del funcionamiento de unos sistemas de partidos definidos por el predomimo de los partidos de electores. Así, el sistema de partido dominante se ha hundido en Japón, Italia y Suecia, y se halla en crisis en España; en la República Federa de Alemania las elecciones territoriales muestran el asentamiento de la derecha radical, el retorno de un movimientoso social reconvertido en partido, como los Verdes, y el surgimiento de partidos de protesta dirigidos específicamente..contra los vicios del funcionamiento de los partidos; en Italia, la corrupción, consecuencia de la asociación de un sistema de partido dominante con alternancia bloqueada, por el control casi absoluto de la Administración pública por las cúpulas partidarias y una construcción nacional incompleta  y mal soldada, ha provocado la caída del régimen y la apertura de un proceso de transición de cuyo horizonte nada se sabe. En Francia y en España, el descontento hacia el funcionamiento de un sistema político crecientemente percibido como opaco, ineficaz y conupto, ha incrementado perceptiblemente los sentimientos de alienación respecto de los partidos, etc. .
Si a ello añadimos los efectos de la hegemonia cultural alcanzada a lo largo de la pasada década por el pensamiento individualista neoconservador, la polimorfa crisis  de la socialdemocracia y la creciente agudización de las tensiones sociales que es consecuencia inevitable de la ruptura
del "consenso socialdemócrata" en tomo al Estado del bienestar ,la agudización que acentúa pero no crea la actual recesión económica, no parece del todo irrazonable pensar que el tiempo del predominio de los partidos  electorales ha pasado, y que se abre otro que viene a exgir una redefinición radical, entre otras cosas, del modelo de partido predominante.

El govern  dels  partits: la tesi de Michels i els seus crítics.
La tesis de Michels, basada en el estudio de un caso paradigmático de partido de objetivos y estructura democráticos, que constituía al mismo tiempo una potente maquinaria política de movilización,
 y encuadramiento de masas el SPD, es conocida como la «ley de hierro de la oligarquía». La propuesta teórica de Michels se basa en una perspectiva
organizacional.
En apretada síntesis, la tesis puede exponerse del siguiente modo: la combinación entre un electorado muy amplio y el propósito político de encuadrar a las masas en condiciones de competencia partidaria, obligan a los partidos a constituirse como grandes organizaciones. La transformación cultural que tal fenómeno comporta tiene un impacto decisivo en el funcionamiento de los partidos mismos.
La conversión del partido en una gron organización exige el desarrollo de un fuerte y desarrollado aparato administrativo destinado tanto a servir el trabajo cotidiano del partido, como las campañas electorales. A su vez, ese aparato administrativo exige un personal especializado a suservicio, genera una creciente capa de "permanentes", de burócratas políticos dedicados profesionalmente y a tiempo completo al trabajo políttco y organizativo del propio partido, funcionarios de partido, cuya carrera, espectativas y éxito se identifican con el mantenimiento, crecimiemo y éxito de la propia organización en cuanto tal. Una vez generado el aparato adnúnistrativo y sus servidores, el partído cuenta con una ventaja comparativa decisiva sobre sus competidores, que la competencia entre partidos hace efeci
va. Lo que se traduce en una tendencia progresiva a la imitacíón del modelo por los demás partidos.Además, en cuanto gran organización, el partido necesita de una capa de políticos profesionales. dedicados a tiemppo completo y con carácter profesional a las tareas de dirección
política, los cuales, a su vez, gozan de ventajas comparativas respecto de sus competidores amateurs en la lucha por el control de la organización. De este modo, el partido-gran-organización genera una dirigencia profesional y una  burocracia política.

Como el partido debe tener éxito y el cambio organizativo lo favorece, los militantes tienden a otorgar su confianza a las personas que a sus ojos representan el partido,  es decir, la dirigencia profesional y sus servidores burocrático-políticos. Los procedimientos democráticos constituyen el canal mediante el cual esa confianza  de la base se deposita en la dirigencia profesional.  Los mli1tantes tienden en consecuencia, a reelegir sistematicamente a los profesionales para los cargos directivos del partido que de este modo se perpetúan como capa o clase dirtgente en el
poder. Las consecuencias del proceso resultan obvias(...)

Las críticas a la obra de Michels transcurrieron  primariamnte  sobre una base filosófica: se repudiaba el análisis de Mtchels en razón de su carácter determinista. Se reprochaba al autor profesar una suerte de determinismo organizacional. Este lipo de críticas coincidían en señalar que el autor alemán señalaba correctamente unas tendencias al desarrollo de la organización, pero que las en cuanto tales tendencias, podían ver su alcance reducido por la necesidad del partido de seguir contando con el apoyo de los militante.. y, sobre todo, con la necesidad de conservar, y si fuere posible incrementar  tanto su control sobre el "territorio de caza" del partido como sobre el electorado en general. En pocas palabras, lo que se reprochaba al análisis de Michels no era tanto el haber registrado la tendencia de los partidos a la oligarquía,cuanto no haber visto en la dinámica de los partidos otra tendencia que ésa. La posición de Duverger al respecto, con su  preocupada observación final acerca de la posible  inadecuación de la democracia a las condiciones de la sociedad industrial. exime de ulterior comentario.

La crílica más dura a la tesis de Michels vino del otro lado del Atlántico, con la propuesta de un modelo alternativo de explicación que tenía por referencia no tanto la socialdemocracia
alemana, cuanto las organizaciones estatales y locales de los partidos políticos de Estados Unidos. Es
la propuesta del modelo denominado «estratárquico» de Eldersveld.

El modelo estratárquico se sitúa en la misma óptica que el de Michels: la perspectiva organizacional. El modelo de interpretación parte de la constatación de que el modelo de Michels, que postula la concentración del poder en la cúpula nacional de la organización y el control absoluto de la misma por los profesionales (dirigentes y burócratas-políticos), no se ajusta a la realidad de unos partidos como los
norteamericanos, en los que el nivel nacional de la organización es extremadamente débil, la maquinaria burocrática no conoce el desarrollo típico de los partidos de masas europeos,  los retos  electorales son enormemente más relevantes -aunque sólo sea por el hecho de tener que enfrentarse al reto de un elevadísimo número de puestos a cubrir-,las condiciones de la lucha política son muy diferentes por la débil identidad ideológica de los partidos, la escasa disciplina partidaria. la fácil penetración del partido por grupos de interés organizados, y el elevado grado de localismo de la vida política americana, favorecida adicionalmente por las reglas electorales.

Sobre la base de una realidad de referencia distinta, Eldersveld propone un modelo de interpretación diferente. Los partidos operan en un medio social del cual extraen los recursos necesarios para poder afrontar la competencia política y la lucha por el poder, lo que se suele entender predominant mente por la lucha por la maximización de los votos obtenidos, dado que éstos son el recurso que permite el acceso y, en su caso, el control de los demás recursos políticos. Para satisfacer esa exigencia de maximizar su impacto electoral y con él el poder alcanzado y disponible, el partido se ve forzado a a un electorado muy com plejo y diversificado, cuando no fuertemente segmentado.

La necesaria adaptación del partido a ese escenario tiene importantes consecuencias internas. Éstas se pueden resumir en cuatro puntos: en primer lugar, las organizacionesdel partido se ven inclinadas a la especialización, dado que ésta les permite controlar recursos externos sectoriales al permitirles recibir el apoyo de grupos particulares de interés y/o segmentos específicos del electorado. En segundolugar; esa tendencia tiende a dificultar, y en último extremo a hacer imposible, la concentración del poder en los niveles directivos del partido; éstos no tienen ni la oportunidadni los recursos necesarios para producir una centralización plena y efectiva y, en consecuencia, a constituirse en único grupo de poder cerrado. En tercer lugar, el poder tiende a concentrarse de manera parcial en una red de núcleos autónomos entre sí, en razón de las oportunidades de capturar y controlar «territorios de caza» concretos y con ellos, de las parcelas de poder correspondientes, núcleos cuyo apoyo es imprescinclible para obtener éxitos electorales en los escenarios políticos de mayor amplitud (elecciones, estatales o federales) y que cuentan, por su base local, con un importante poder de negociación. En cuarto lugar, cada uno de los núcleos de sa red puede tener una dirección oligárquica, pero ésta ve su posición perpetuamente amenazada por la competencia de otros partidos (u otros grupos dentro del propio partido), y sólo puede sostenerse cuando y en la medida en que satisfaga los intereses de los locales, sobre cuyo trabajo, en buena parte voluntario, reposa  la capacidad de actuación de los líderes locales.
El resultado final es un modelo del poder difundido a lo largo de todos los niveles de la organización, un modelo más abierto y permeable que el de Michels y en el que la influencia de los electores, los afiliados y las organizaciones líderes locales, es considerablemente mayor.

Si el modelo de Eldersveld es susceptible de una crítica sim1lar a la que puede hacerse del modelo michelsiano a saber; su etnocentrismo, hay que anotar que en la medida en que los partidos polflicos europeos han ido desplazándose del modelo de partidos de masas tradicionales al modlo de partidos de electores, su capacidad explicativa se ha visto incrementada. De tal modo que el estándar dominante en la literatura, poco atenta al enfoque organizacional en las últimas décadas, consiste en una combinación pragmática de ambos enfoques.

La construcción de Panebianco o el retomo a la teoría de la organización
El modelo interpretativo de Panebianco supone una vuelta al enfoque organizacional, esta vez utilizando un instrumental teórico en buena medida tomado de la teoría de la organización. El punto de partida es el dato innegable de que todos los partidos políticos importantes de las democracias constituyen grandes organizaciones, cuya pertenencia es voluntaria. De ello se sigue que todos los partidos
relevantes tienen una estructura interna de carácter jerárquico,debida tanto a razones técnico-organizativas, como a la necesidad de establecer sistemas de diferenciación de estatus, a consecuencia de las cuales se establece una diferenciación entre los miembros y la formación de un grupo o núcleo dirigente. El núcleo dirigente trata de obtener una participación diferente y controlada de los demás miembros mediante dos vías: de un lado, distribuyendo incentivos; del otro, mediante la manipulación del conjunto de los recursos organizativos (financiación, reclutamiento, conrol de la comunicación y de las relaciones con el entorno, control sobre la interpretación y aplicación de las normas internas
y competencia).

La cúpula no puede, no obstante, obtener un control absoluto, total, de la organización. de un lado porque no tiene el control del entorno del otro porque tampoco tiene un monopolio completo de los recursos organizativos. La existencia de una pluralidad de áreas de incertidumbre, y de una pluralidad de posiciones de control de los diversos recursos organizativos, impiden asimismo que la dirigencia sea monolítica. El partido está siempre dominado por una oligarquía fragmentada en la que obtiene una posición más fuerte una «coalición dominante".

La principal limitación proviene, no obstante, de la necesidad de legitimidad que tiene toda organización, y, con mayor motivo, la que reposa sobre una adhesión voluntaria. La legitimiad de los dirigentes depende de su capacidad de suministrar a los miembros bienes públicos y bienes privados, los primeros esencialmente en la forma de incentivos de identidad, los segundos en la forma de incentivos selectivos. La necesidad de legitimación exige, pues, de un lado, cierto grado de éxito, del otro credibilidad en razón de la lealtad a los fines ideales del partido. Si fallan unos u otros (con mayor motivo si fallan ambos), la respueta es la revuelta de las bases y la desaparición de la organización o la formación de una nueva "coalición dominante".

La consolidación organizativa pasa por la instilucionalización, definida por la complejidad organizativa y desarrollo y difusión de la lealtad a la organizaación. La institucionalización hace que el partido tenga un mayor grado de autnomía respecto del entorno y refuerza su identidad colectiva , en contrapartida vuelve el partido rígido, poco flexible y dificulta las relaciones con el entorno. En todo, caso, al desarrollar redes de intereses y afirmar la identidad del partido, limita la capacidad de acción de la coalición domimante.

Por su parte, la competencia debida a la existencia de elecciones periódicas  y libres tiene importantes efectos sobre la dinámica interna; de un lado, opera como un test periódico de la capaciad
del partido para afirmarse a sí mismo y, en su caso, mediante la adquisición de posiciones de
poder, aumentar la disponibilidad de incentivos selectivos.
El orden no es casual; en contra de lo predicado por el modelo económico neoclásico de Downs, el partido no es una empresa que busque prioritariamente la maxirnización desus sufragios para obtener mayores parcelas de poder. Ellosucede si i solo si , el crecimiento no produce en el partido tensiones que la cúpla y los filiados perciban como peligrosas para la orgamzación; si, y sólo si, el éxito electoral
no pone en riesgo ni la estabilidad de la coalición dominante, ni  su legitimidad, que deriva en buena medida de su confomidad (o no  desconformidad abierta) con los fines e ideales que determinan la identidad de la organización. En caso de conflicto entre la estabilidad interna y el éxito externola cúpula se inclina (o ve forzada a inclinarse) por la primera.

(...)Panebianco considera que la política del partido la hacen los políticos, no los funcionarios. El reducido papel de los funcionarios se debe tanto a su extracción como a su posición; nrmalmete el funcionario político carece de oportunidades económicas alternativas (...) Los funcionarios políticos tienden a desarrollar pautas conformistas al ser débil su posición negociadora; normalmente carecen de alternativa creíble. (...) En la política moderna , que se desarolla fundamentalmente en las instituciones públicas y en las campañas ante los afiliados y el resto de la sociedad, en el rostro del partido, la encarnación de sus políticas , actitudes e identidad, lo que les da una posición dominante en la administración de los recursos administrativos. Por lo que toca a los expertos, como portadores de la competencia, tien fácil acceso a oportunidades económicas alternativas que bien pueden ser más atractivas (y frrecuentementelo son) y el partido no es para ellos un sistema preferente de mobilidad social ascendente.

El resultado final del análisis situa el modelo de Panebianco  en una posición intermedia entre Michels i Eldersveld. Coincidiendo con el primero que el gobierno de los partidos coincide de facto en una ologarquía que se recluta esencialmente por cooptación, se separa del mismo en su hincapié en la dependencia de las cúpulas  respecto de las bases y del electorado y en la virtualidad limitante de la capacidad de maniobra de auella que esa dependencia genera; disiente abiertamente en la descripción de la "coalición dominante". O lo que es lo mismo, subraya en posición no demasiado distante de Elderveld, que la cúpula no puede alcanzar el control total y que en cierta medida, esa cúpula no es más que un gupo de élite que està sometido a la competencia actual y potencial de élites alternativas, de grupos que, al controlar desigualmente los diversos recursos organizativos, tienen una posición de poder en la organizació. De un grupo de élite internamente diverso y cuyos intereses no son necesariamente coincidentes.

diumenge, 10 de març del 2013

Sense indústria no hi ha serveis

Desindustrialització
Jordi Nadal
El economista e historiador Jordi Nadal, una autoridad en el estudio de la industrialización en España, habla de una economía víctima de sí misma: “La industria necesita mucho talento, educación de alto nivel, es difícil, mientras que construir casas requiere muy poca preparación y en cambio generaba muchas plusvalías, así que se invertía en eso y los bancos lo financiaban”.
La burbuja crediticia amortiguó el efecto de muchos procesos de deslocalización industrial a países con costes más bajos, y el brillante crecimiento del PIB desvió la atención de algo peligroso: la productividad solo mejoraba un 0,5% anual, frente al 1,3% que lo hacía en el conjunto de la Unión Europea.

El autor de El fracaso de la primera revolución industrial en España reprocha el poco entusiasmo que la industria despertó en la política económica: “Hace 10 o 12 años la industria estaba desprestigiada y se consideraba que era mucho mejor crecer en servicios. El Gobierno de Aznar cambió incluso el nombre del Ministerio de Industria para llamarlo Ciencia y Tecnología. Ahora lo han recuperado. Sin industria no hay servicios, porque estos trabajan para la industria”, apunta el historiador.

L'article d'Amanda Mars dona detalls de les contínues fallides que encara es produeixen a pesar de l'augment de les exportacions.


MARS, Amanda (2013): Desindustrialización forzosa. El País,Negocios, Madrid 10/3/2013

diumenge, 3 de març del 2013

Orígen del centralisme espanyol


Carles V, a la batalla de Mülberg
La disperssió de l'imperi a l'època dels Àustries
La revista  Muy interessante (Núm 46,1 de març de 2013) planteja el el perquè de la unitat de  l'imperi dels Àustries. En una època en que una carta de Milà tardava  de 20  a 80 dies a arribar a Madrid...es veia molt necessari mantenir la unitat d'un imperi de territoris geogràficament i culturalment tant dispersos.
La defensa del catolicisme és una l'altre element fonamental que neix amb la voluntat d'aconseguir un element  identitari unificador. Els resultat, però, sovint era el que no es pretenia: si Flandes volia independitzar-se, no era per que les relacions econòmiques fossin dolentes (la llana de Burgos es venia molt bé per per fer teixits a Flandes) sinó per que la noblesa havia abraçat el protestantisme. Això explica les múltiples guerres de l'època moderna a centreuropa.
La revista planteja també la diferència de les monarquies absolutistes austríaca i borbònica. Pel professor Martínez Shaw, la dels Àustries és més federal, la dels borbons, més centralista.

La mo­nar­quía de los Habs­bur­go, po­see­do­ra de un im­pe­rio de fa­bu­lo­sa ex­ten­sión y pro­ta­go­nis­ta de la po­lí­ti­ca de su épo­ca, mar­có de­ci­si­va­men­te la his­to­ria de Es­pa­ña en los si­glos XVI y XVII con sus lu­ces y som­bras.. La primera evidencia que puede deducirse de aquella dinastía es la impresionante extensión de los territorios del imperio que llegó a acumular. Con el título de Emperador o sin él –de hecho, sólo Carlos V lo tuvo–, los Austrias tuvieron plena conciencia de la intimidación que, para los demás reyes europeos, suponía la inmensidad de sus posesiones territoriales. Recuérdense los 32 títulos que acompañaban la designación de un rey como Felipe II o Felipe III: 19 de ellos pertenecientes a la península Ibérica, uno al mundo americano designado vagamente como Indias orientales y occidentales, islas y tierra firme de la Mar Océana, y el resto, a los demás territorios dispersos: duque de Austria, duque de Borgoña, de Brabante, de Milán, conde de Habsburgo, de Flandes, de Tirol…

El poder de los Austrias hubo de asumir los condicionamientos de la inmensidad y la pluralidad de los territorios que englobaba: su enorme extensión, difícilmente abarcable, con distancias insuperables –un correo tardaba en el mejor de los casos quince días en ir de Bruselas a Granada, y entre veinte y ochenta de Madrid a Milán; la noticia de la matanza de San Bartolomé tardó quince días en conocerse en Madrid, y la victoria de Lepanto, tres semanas; de Cádiz a México, un barco tardaba unos noventa días como mínimo en el viaje de ida y vuelta, unos 128 días de media–, los hacía especialmente difíciles de gobernar por la diversidad de sus componentes territoriales. Coexistían bajo el dominio del rey territorios distintos y distantes.
La conciencia del rey ausente flotó siempre entre los súbditos. Incluso en la Castilla centro de la monarquía. De diciembre de 1580 a marzo de 1583, Felipe II estuvo en Lisboa. Carlos V convocó seis veces las Cortes de Cataluña, en su presencia o en la de su hijo; Felipe II, sólo dos, en 1564 y 1585; Felipe III, sólo una vez, en 1599; Felipe IV, otras dos, en 1625 y 1632; Carlos II, ninguna. El reino de Aragón sólo vio al rey catorce veces (diez en el siglo XVI, cuatro en el XVII). El reino de Valencia lo contempló en doce Cortes. Únicamente Carlos V fue un viajero impenitente, que intentó abordar directamente los problemas con su presencia. Los demás fueron extremadamente sedentarios. Nunca los reyes estuvieron ni en Italia ni en las islas ni, por supuesto, en América: la delegación en los virreyes contribuyó a radicalizar el extrañamiento debido a la sesgada identidad (casi siempre castellana) de su procedencia.

Pluralismo o centralismo. 
El problema de la invertebración de la monarquía a lo largo y ancho de Europa y América empezaba con la propia invertebración hispánica, cuyo centro de gravedad se sitúa en Castilla. La conciencia de las dificultades que planteaba el modelo de monarquía federal arrastrado desde el matrimonio de los Reyes Católicos estuvo presente a lo largo del gobierno de la dinastía de los Austrias. Con Carlos V, las tensiones fueron tolerables, pero de las prevenciones que el sistema generaba son bien expresivas las recomendaciones que el Emperador transmitió a su hijo: “Os avyso que en el gobierno de Catalunya seáis mui sobre avyso, porque más presto podríais errar en esta gobernación que en la de Castilla, assi por ser los fueros y contribuciones tales, como porque sus pasiones no son menores que las de otros y ósanlas mostrar más y tienen más disculpas y hay menos maneras de poderlas averiguar y castigar…”.

Las tensiones entre los sectores partidarios de mantener y garantizar la monarquía compuesta y plural y los que consideraban que ésta era ingobernable estuvieron presentes a lo largo de los siglos XVI y XVII.
En el reinado de Felipe II, las presiones del sector centralista se acentuaron y las tentaciones de este rey de romper el mecanismo de funcionamiento fueron muy grandes, en situaciones límite como la de 1585 en Cataluña y, sobre todo, la de 1591 en Aragón. La verdad es que resistió las tentaciones y todo se mantuvo sin cambiar. Durante el reinado de Felipe III, el sistema aún pudo mantenerse gracias al hábil juego dialéctico llevado a cabo por la monarquía para atraer a las clases dirigentes locales, pero en el periodo de Felipe IV el equilibrio se rompió con la política uniformizadora de Olivares y la situación se saldó con la ruptura secesionista.

La lengua del Imperio. 
En 1640, Cataluña y Portugal se separaron de la monarquía: Portugal, definitivamente; Cataluña, sólo temporalmente. La solución Olivares no prosperó. Los costes de la cirugía unitarista, independientemente de los fundamentos que la amparasen, fueron absolutamente contraproducentes. Cataluña retornaría a la monarquía en 1652. De la experiencia pareció aprenderse: el llamado neoforalismo de Carlos II implica un reconocimiento al menos de la delicadeza de la articulación centro-periferia, de la necesidad de renovar viejos pactos, de asumir que el problema de Cataluña era consustancial al problema de España. Es posible que el neoforalismo de la monarquía de Carlos II fuese una ficción, pero lo cierto es que buena parte de la sociedad creyó en su viabilidad histórica. Y por eso Cataluña apostó después de la muerte de Carlos II por la continuidad, justamente la opción contraria a la que había tomado en 1640.

Los aglutinantes principales de la monarquía de los Austrias fueron la idea de misión o destino providencialista de la monarquía como garante de catolicidad, el sentido de la representación y la obsesión por la imagen a costa de cualquier precio y, por último, el prestigio de la cultura castellana, convertida en el eje identitario por excelencia. Aquel principio que había planteado Nebrija en la dedicatoria de su Gramática castellana, que hacía a la lengua “compañera del Imperio”, se robusteció a lo largo de los siglos XVI y XVII. La fascinación que la cultura española del Siglo de Oro ejerció en Europa fue inconmensurable, y la infinidad de traducciones y ediciones extranjeras de las obras literarias españolas es el mejor testimonio de ello.

De la expansión a la decadencia. 
Pero no todo fue de color rosa. La violencia de los Tercios españoles, al lado de las imágenes épicas, suscita también no pocas críticas. Hitos como el saco de Roma de 1527 o el de Amberes de 1576 son, al respecto, relevantes. La realidad económica española refleja, por otra parte, el patético desaprovechamiento del metal precioso americano. ¿Dónde se invirtieron aquellas 185 toneladas de oro y 16.880 toneladas de plata arribadas a España desde las Indias?

La misma visión de España en Europa y América es testimonio del fracaso o de la incapacidad española para construir una buena imagen de la monarquía. La llamada Leyenda Negra se impuso sobre todos los intentos de elaborar un narcisismo hispánico. Hubo una Leyenda Negra de la expansión y otra de la decadencia. La primera se hizo fustigando la ambición y el ejercicio tiránico del poder. El mejor reflejo es la Apología de Guillermo de Orange. La segunda se elaboró ironizando sobre la capacidad militar española y subrayando las grietas del edificio político. La representa bien Richard Hakluyt cuando dice: “España es una vasija vacía que al ser golpeada emite un gran ruido a distancia, pero acérquese y obsérvela: dentro no hay nada”.

Detrás de ambas leyendas estaba ciertamente la propia autocrítica hispana, que contribuyó decisivamente a debilitar los fundamentos de su monarquía. La ironía con la que el propio Cervantes (que se inserta en lo que hemos llamado el primer 98 español) ridiculizó el catafalco que se hizo en Sevilla a la muerte de Felipe II es reveladora. Su crítica de la arrogancia huera que se escondía tras el trascendentalismo mesiánico del rey se hace explícita en el terceto final de su célebre soneto: Yluego,incontinente,/calóel chapeo,requiriólaespada,/miróalsoslayo,fuese,ynohubonada. Entre el todo y la nada: esta fue la oscilación permanente de la monarquía de los Austrias.

En­tre el to­do y la na­da
RICARDO GARCÍA, Ricardo :Entre el todo y la nada .
Muy interesante  Historia(Núm 46,1 de març de 2013)


L'estat espanyol té 5 segles d'existència
España se convirtió en un imperio esencialmente porque añadió los territorios americanos. Primero fue un grupo de pequeños reinos, que se unieron sobre todo por el acuerdo entre Castilla y Aragón. Luego, a través de hábiles políticas matrimoniales, juntaron un imperio europeo. Más tarde, territorios patrimoniales de Austria y los derechos al Imperio Romano Germánico. Al mismo tiempo, fue incorporando unos espacios cada vez mayores en América y eso hizo que la gran monarquía se convirtiera en una formación imperial. Su relieve territorial y económico fue muy fuerte y pudo mantenerse gracias a la llegada de los metales procedentes de América; sobre todo, la plata, la gran divisa de la época. Este metal era fundamental para mantener ejércitos, comprar obras de arte, construir ciudades… México estaba lleno de plata y en Perú había una mina monstruosa, la del Potosí. España pudo pagar ejércitos que la ayudaron a mantener la guerra en el exterior y no en el interior, lo que preservó al país de otros errores. Los Reyes Católicos construyeron un Estado que ha influido en España hasta nuestros días ¿De qué tipo era?


Sí, y caracterizaba no sólo a la española, sino al resto de las monarquías absolutas del siglo XVI: Francia, Inglaterra, Portugal... El historiador británico John Elliot, el profesor más importante de la historiografía moderna de España, las denominó “monarquías compuestas”, porque eran Estados dentro de los cuales había muchos reinos que funcionaban de un modo, digamos, federal. Aragón, Cataluña, Navarra o Castilla tenían sus cortes y todas se unían en el vértice de los reyes, que asumían atribuciones federales. En España todos estos Estados están juntos, con sus desafecciones y problemas, desde hace más de 500 años. La época de los Austrias fue más federal; la de los Borbones, más centralista; luego hubo un periodo liberal de mayor unión, cuando las cortes eran únicas; más tarde España se dividió en provincias que no tenían que ver con reinos históricos, hasta que resurgieron las personalidades de las regiones y la España de las autonomías lo reconoció. Pero el tipo de Estado, sin ser perfecto, existe desde hace cinco siglos.

Entrevista a MARTÍNEZ SAW, Carlos
“Los Aus­trias crea­ron un Es­ta­do de ti­po fe­de­ral”
Por Ame­lia Die, pe­rio­dis­ta. Fo­tos: Ni­nes Mín­guez
Muy Historia
1 de març de 2013


El pri­mer im­pe­rio glo­bal

Nunca un rey tuvo mejores abuelos. El joven Carlos de Habsburgo, nacido en el redondo año de 1500, gozó de la especial fortuna de heredar los reinos europeos sobre los que tenían derechos cada uno de sus abuelos y que pasaron a sus padres: Juana la Loca y Felipe el Hermoso. Con esta favorable alineación dinástica de la que tan escasos monarcas han podido beneficiarse a lo largo de los siglos, cambiaría la historia de España, del Viejo Continente y no es exagerado decir que también de buena parte del mundo. Amparado en esa inmejorable cuna en la que había nacido, en los posteriores azares sucesorios que le fueron tan favorables y en maniobras palaciegas que tuvieron no poco de traición a su madre, Carlos alumbró un proyecto espectacular: la monarquía universal, que se extendió sobre tres continentes y circunnavegó los cinco. Con su ambición, convertiría a España en la iniciadora de la llamada “era de los imperios”, llevándola al liderazgo del mundo moderno. Siglos después y con un país que ha pasado en pocas décadas del atraso al espe- jismo de la riqueza rápida y, luego, a una severa crisis, ese relumbrón imperial aún se observa con una mezcla de nostalgia y extrañeza. ¿Cómo fue posible?
Castilla, Aragón, Borgoña y –lo más importante– el Sacro Imperio Romano Germánico que creara Carlomagno fueron los reinos que recibió en herencia Carlos, en el rutilante periodo que va desde 1515 a 1519. Primero se le concedió el ducado borgoñón (compuesto básicamente por el Franco Condado, Flandes y los Países Bajos), que correspondía a su abuela María de Borgoña y a los que renunció el viudo de ésta, su abuelo Maximiliano de Austria, para que recayesen en su nieto. Luego vendrían las coronas de Castilla y Aragón, para apoderarse de las cuales el joven Carlos y sus asesores flamencos prepararon una maniobra no legítima pero que resultó muy práctica: su solemne proclamación de 1516 en Bruselas, como rey de ambas “juntamente con la católica reina, mi señora”, que no era otra que su desacreditada (¿injustamente?) madre Juana la Loca,
poseedora de los derechos dinásticos como primera descendiente viva de Isabel y Fernando.
Tras este golpe maestro –un matricidio político–, Carlos contaba con una corona de prestigio que le situó en buena posición para aspirar a la máxima distinción posible para un rey en aquella época: el título de emperador, o “rey de romanos”; es decir, de la cristiandad. Lo ostentaba su abuelo Maximiliano, pero a su muerte en 1519, Carlos tuvo que someterse al sistema electivo para aspirar al título y su rival no era baladí: Francisco I de Francia. Sin embargo, los electores eran príncipes alemanes, más próximos a los Habsburgo, y Carlos supo engrasar su voluntad con suculentos donativos cuyas cifras son conocidas: en total se gastó 850.000 florines de oro en convencerlos, dinero adelantado por los banqueros Fugger a cambio de concesiones en Castilla, territorio que, al fin y al cabo, acabaría pagando la elección imperial de un rey nacido y educado en Flandes, asesorado por flamencos e italianos y más atraído en ese momento por el fasto de las cortes centroeuropeas que por la lejana España.
Monarquía universal. Pero las dimensiones de la herencia reunida por Carlos hacían que su título de emperador fuese mucho más que una distinción rimbombante, como había pasado hasta entonces. Desde un punto de vista geopolítico, sus reinos se asentaban sobre tres grandes puntales: uno, el dominio del Mediterráneo, a través de los territorios marítimos de la Corona de Aragón en Cataluña, Valencia, Nápoles, Sicilia y Cerdeña, que tan bien había gestionado Fernando el Católico; otro pilar centroeuropeo, que se extendía a través del llamado “Camino español”, desde las costas de Flandes y Holanda, cruzando el Franco Condado, hasta el corazón de Alemania, la montañosa Austria y el norte de Italia. Y otro, quizás el más fenomenal, el pilar atlántico, aportado por el descubrimiento del Nuevo Mundo por Colón, con un próspero desarrollo comercial a través de la Casa de Contratación, el puerto de Sevilla y la ruta de la llamada Carrera de Indias. La idea de monarquía universal muy pronto se inscribió con letras mayúsculas en el ideario carolino. Definida por consejeros como el piamontés Mercurio Gattinara, marcaría toda la acción política de Carlos, quien es recordado por haber pasado la mayor parte de su reinado viajando sin tregua por sus dominios euro- peos. Se concretaría en dos objetivos políticos: “Paz entre cristianos, guerra contra infieles”.
Tan diversos territorios, habitados por culturas distintas, requerían de algún nexo que los uniese. Además de la diplomacia matrimonial, que Carlos I llevó a cabo utilizando a todos los miembros de su parentela (legítimos o bastardos) para sentar Austrias en muchos de los tronos europeos, existía un propósito común que otorgaba sentido al imperio: la religión. Todos los reinos se reunieron en torno a la idea de cristiandad (frente a los musulmanes otomanos o berberiscos) y muy en particular de catolicidad (ante la creciente pujanza del protestantismo en los dominios alemanes del Rey). Así, con el pegamento ideológico de la fe católica, Carlos I aglutinó a la mayor parte de una Europa diversa.
Por ello, no sin cierta razón, historiadores y politólogos contemporáneos han visto su imperio como un precursor de la actual unificación europea. Incluso es patente la integración de miembros de todos los reinos en la administración imperial, demostrada en las diversas nacionalidades de los consejeros reales. En esa Comunidad Católica Europea, la única gran ausente fue Francia, sempiterno enemigo de la dinastía de los Austrias.
El rasgo más grandioso del imperio –pero también la principal causa de su agotamiento– es que se proyectó con igual fuerza en todos sus objetivos de influencia. Intentó ser realmente global. En algunas zonas le resultó más fácil, como los reinos de las Indias. Allí la dominación fue muy fuerte y rápida: “En el siglo XVI se puede observar ya el surgimiento de un Atlántico auténticamente español”, ha descrito recientemente el historiador John H. Elliott. De 1504 a 1550 se vivió un espectacular aumento de la extracción de metales preciosos y también del comercio transatlántico. Sevilla era la nueva Bizancio, la gran metrópoli mercantil que conectaba dos mundos. En las Indias y con la excepción inicial de los aztecas, apenas encontraron los españoles otros enemigos que les planteasen serios problemas, más allá de sus propios y ambiciosos conquistadores. Los nuevos reinos americanos (los Austrias nunca los degradaron a la condición de “colonias”, como haría el imperio británico), se convertirían pronto en el baúl del tesoro del Imperio, literalmente.
No hubo tantas facilidades en Europa, donde Carlos tuvo rivales de fuste que le obligaron a guerrear sin pausa. El oro y la plata de América apenas se veían en España, pues iban directos a saldar las deudas europeas del emperador. Eso provocaría el rápido desencanto de Castilla y Valencia con un imperio del que apenas se beneficiaban, abriendo la puerta a los respectivos conflictos internos de las Comunidades y Germanías, que sacudieron el reino muy tempranamente. Las luchas contra franceses y protestantes se saldaron mayoritariamente a favor del emperador, con victorias clave como la de Pavía ante Francisco I (1525) y la de Mühlberg (1547) frente a los príncipes alemanes, pero fue a costa de quedarse en bancarrota. Además, no lograría su objetivo de unir a la cristiandad; es más, tuvo que ceder a la división religiosa de los territorios alemanes entre católicos y luteranos con la Paz de Augsburgo (1555), uno de sus últimos actos como soberano.
La consolidación. Cuando un agotado Carlos I abdica poco después en su hijo, Felipe II, este empezará un reinado marcado también por enormes posesiones, que incluso logrará aumentar. Con la incorporación de las islas asiáticas, llamadas en su honor Filipinas, en 1571, y la anexión de Portugal en 1580 (que aporta múltiples
posesiones africanas y asiáticas) hará realidad la famosa frase de que en sus dominios nunca se ponía el sol.
Sin embargo, consciente quizás de la dificultad de mantener tan dilatados territorios, Felipe II ya había renunciado a optar al título de emperador (que pasó a su tío Fernando) y gobernó “un imperio sin emperador”, como ha escrito el historiador José Luis Betrán. Actuaría así desde un punto de vista más español, ya que eligió nuestro país como su residencia y a Castilla como su base ideológica.
No es que Felipe II careciera de mentalidad imperial. Una prueba inequívoca es que no duda en echarse al campo de batalla por sus derechos a la corona de Portugal. Pero este mismo afán indica su perspectiva, alternativa a la de su padre: para él fue un acariciado anhelo reeditar la unión de la península Ibérica, viejo recuerdo de las primeras glorias de la monarquía castellana ante el Islam. Felipe, “el rey prudente”, también soñaba, sí, pero sus sueños fueron muy distintos a los de su padre.
Muy cercano a la Iglesia. Antes de aspirar a Portugal, en sus largos 25 años de gobierno iniciales, el Rey había optado por una política en la que su reputación estaba más vinculada a su condición de garante del catolicismo que al acrecentamiento territorial. La seña de identidad de Felipe II fue la religiosidad de su corona, por lo que su ideología en el trono es la llamada monarquía católica, en lugar de la monarquía universal de su padre. Ya en 1566, Felipe II le escribía al Papa en referencia a las guerras de fe en las que se ve envuelto en sus dominios de Flandes: “Antes de sufrir la menor quiebra del mundo en lo de la religión y del servicio de Dios, perderé todos mis estados y cien vidas que tuviese, porque yo ni pienso ni quiero ser señor de herejes”.
Esta divisa sería clave en muchos de los movimientos que distinguen la política exterior castellana en la época filipina. Y la mantendrá de forma harto inflexible, ya sea al tratar sin piedad a los rebeldes calvinistas neerlandeses, como ordena hacer al duque de Alba para aplacar su primera gran rebelión en 1567, o al inmiscuirse dos décadas después en asuntos como los problemas sucesorios de Francia, asustado ante la posibilidad de que un hugonote (protestante francés), el príncipe Enrique de Navarra, acabara siendo el soberano del gran Estado rival de la monarquía.
La incapacidad de gestionar bien el particular caso de Flandes acabaría siendo uno de los principales factores de la posterior decadencia del Imperio español durante el reinado de los Austrias menores (Felipe III, Felipe IV y Carlos II). Aunque Flandes se complementaba muy bien económicamente con Castilla, la lana en bruto exportada desde Burgos era convertida en tejidos por los artesanos de Flandes y vendida a todo el mundo por sus comerciantes, apenas había otros nexos culturales comunes que pudieran crear una identidad compartida.
Ya Carlos I había sido consciente de las dificultades de gobernar un territorio tan lejano, y el corto matrimonio de su hijo Felipe con María Tudor de Inglaterra había tenido el objetivo último de que un soberano más próximo a esa zona rigiese sus destinos. Porque el problema de Flandes nunca fue sólo religioso. El inicio del distanciamiento, en 1559, mucho antes de la primera rebelión, arranca con la postergación de los nobles de más postín de los Países Bajos, ninguno de los cuales fue escogido por Felipe II para formar parte del Consejo Real que asesoraría a la nueva gobernadora, su hermanastra Margarita de Parma. La
falta de integración de los nobles en la nueva élite dirigente los iría arrastrando hacia la insubordinación, apoyando la causa calvinista que había calado entre las clases populares. Ni las 1.200 ejecuciones del duque de Alba serían suficientes para solucionar los levantamientos en Flandes que, como la hidra de siete cabezas, irían resurgiendo. Cierto es que la distancia respecto al centro de decisiones (otra dificultad del Imperio español) complicó también la resolución política o militar del conflicto.
Felipe, que se había planteado gobernar recurriendo menos a la guerra que su padre, no podría evitar el mismo destino. Después de Flandes vendría la nueva rivalidad con Inglaterra (con cuya anterior reina había estado casado). Su miedo a un nuevo gran enemigo internacional le arrastró a la operación de la Armada Invencible, saldada con el conocido desastre de 1588. En el Mediterráneo ya había tenido previamente fracasos sonados frente al otro aspirante a dominarlo, el Imperio otomano, como la batalla de Los Gelves (1560). Pero al menos Felipe conseguiría resarcirse en 1571 con el que pasaría a ser el principal hito por el que se le recuerda: la victoria en la batalla de Lepanto al mando de la Liga Santa, un ejemplo del liderazgo de la cristiandad que tanto le motivaba.
El fin de la hegemonía. La profusión de guerras tuvo un precio: en su reinado, Felipe II debió declarar tres quiebras o suspensiones de pagos (1557, 1575 y 1596), superando así el número de bancarrotas de su padre. El dato es aún más negativo si se tiene en cuenta que los años de Felipe en el trono coincidieron con una de las etapas de mejores resultados de la carrera de Indias, la obtención de recursos de las posesiones americanas. Entre 1562 y 1620 se vivió un ciclo de crecimiento coronado por el descubrimiento de las minas de Huancavelica, en Perú, en las que se lograron “unos niveles de extracción de plata sin parangón, que multiplicarían enormemente la producción del Potosí”, según el historiador Juan Jesús Bravo Caro. Los reinos americanos fueron el bálsamo benéfico que cicatrizaba las heridas europeas. Tres cuartos de millón de personas emigraron a América durante los primeros tres siglos del Imperio, demostrando su atractivo económico, como el que hoy ejercen los países desarrollados sobre el Tercer Mundo.
Pero el cordón umbilical de los galeones de Indias no sería suficiente por siempre. Después de 1620, el pulmón americano, además de estar amenazado por los corsarios, se queda exhausto durante unos decisivos años que coinciden con el ascenso de Francia como potencia hegemónica. El conde duque de Olivares, valido de Felipe IV, intentará copiar el modelo absolutista de los Borbones para España, pero tendrá muchos problemas internos para ello, y la derrota en la batalla de Rocroi en 1643, a pesar de la heroica imagen de los últimos Tercios resistiendo a pie firme a la caballería gala del duque de Enghien, certificó el cambio de liderazgo en Europa.
Ciertamente, los Austrias duraron mucho más, su último representante, Carlos II, muere en 1700, y las posesiones de ultramar se mantendrán mayoritariamente hasta que el absolutismo cerril de Fernando VII desencadene las independencias de América del Sur en la segunda década del siglo XIX. Pero para entonces el Imperio español no era sino una pálida sombra, un anciano y ajado traje que se deshilachaba cada vez que un rey desnudo intentaba lucirlo. Con sus costuras reventadas por una envergadura excesiva que ningún gobernante supo adelgazar (y tuvieron décadas para hacerlo), ya no podía vestir a nadie.

MARTOS, José Ángel (pe­rio­dis­ta y es­cri­tor)
Muy interesante  Historia(Núm 46,1 de març de 2013)






dissabte, 2 de març del 2013

Com và néixer i com era el feudalisme

Marca, comtat, ducat, feu, vassall...
Gervaso i  Montanelli expliquen com abans de la fi de l'imperi romà, va néixer el comtat, òrgan administratiu, semblant a una província actual. 
La marca era una demarcació militar que sumava diversos comptats i, els seus titulars en van esdevindre propietaris . A L'Edat Mitjana , sorgeixen els vassalls (cavallers). Són guerrers  que  tenen  cura militar d'aquests territoris. El feu és l'equivalent al salari que reben. Tot i que els seus propietaris són els comtes, ducs i marquesos, se'n transmet la titularitat (no la propietat) de pares a fills.


"Cuando Carlomagno conquistó la península italiana, o mejor dicho el centro y el norte de la misma, instituyó el "condado" y la "marca", dejando intactos algunos ducados, como los de Spoleto y Benevento. El condado era un departamento administrativo que podía ser extenso como una provincia o como una región. En cambio, la marca, formada por varios condados, era una circunscripción militar fronteriza, regida por un marqués elegido entre los condes. Aun antes del hundimiento del Imperio, tales títulos se habían hecho hereditarios. Y así, marcas, condados y ducados, se transformaron en unidades territoriales independientes, algunas de ellas más poderosas que los mismos reyes. Los margraves, como genéricamente se llamaba a esos grandes señores, se habían convertido en propietarios de las tierras que habían recibido en arriendo y disponían a su gusto de ellas y de sus habitantes.

En realidad, el concepto de propiedad constituía una misma cosa con el de libertad y el de milicia. Los duques, condes y marqueses fueron al principio los únicos libres, los únicos propietarios y los únicos calificados para el mando militar. Pero como eran pocos, de hecho cada vez menos (lo que hacía difícil tener ejércitos), hubo que extender el privilegio de la propiedad y por lo tanto el de la libertad y la nobleza, a una segunda categoría de personas: los vasallos. Eran estos, digámoslo así, los "libres de complemento", por cuanto que no tenían propiedad alguna transmisible a herederos, sino un "feudo", es decir, el goce de un trozo de la propiedad del señor, al que volvía a la muerte del vasallo. El señor se lo concedía precisamente a fin de calificar al vasallo para el servicio militar y remunerarlo. Por lo tanto, el feudo era un «salario» o «quinta» en productos naturales.

 A su vez, el vasallo daba aquella porción de tierra a un colono que se la trabajaba. Y con lo que conseguía podía consentirse el lujo de mantener su caballo, comprar armas y emplear su tiempo en ejercitarse para la guerra. Pero no era más que la recompensa de un servicio y duraba mientras duraba este. El titular la perdía con la vejez o con la muerte. Su hijo no lo heredaba. Solo podía obtener la confirmación entrando a su vez en el servicio y dando buenas pruebas de su capacidad. Esto, en su origen.
Pero con el tiempo lo provisional se hizo definitivo, entre otras razones porque solo el hijo del guerrero, que desde niño recibía una educación bélica, al llegar a adulto se mostraba buen soldado. Como suele ocurrir, la costumbre precedió a la ley. Aún antes de que esta lo confirmara de forma definitiva, el feudo se convirtió en propiedad y como tal fue transmisible a los herederos con el título nobiliario que de él se derivaba. El margrave, en fin de cuentas, tuvo que reconocer al vasallo lo que el emperador le había reconocido a él: la transmisibilidad del título y la disponibilidad del feudo. Era, al mismo tiempo, una forma agraria y social. Al llegar a su mayoría de edad, el hijo del vasallo era armado caballero y entraba a formar parte de aquella «milicia» con la que se identificaba la nobleza. Aquella milicia no formaba el ejército. Lo era.
El noble no tenía privilegios, excepto la exsención de tributos, que pagaba con el servicio militar gratuito. Pero gozaba de una posición social de nivel altísimo. La sociedad de la Edad Media era piramidal. La base esta-ba constituida por una masa sin derechos. En el vértice estaban los nobles, que combatían para defenderla, y los sacerdotes, que oraban por el alma de los unos y de los otros. Tal era el mundo de la "caballería".

Esta palabra suscita en nosotros unas deliciosas imágenes de la vida refinada de castillo, dominada por románticos y desinteresados ideales de amor, poesía y piedad. Y tal vez hubo algo así en los siglos después del año 1000, o al menos existió alguna muestra. Pero, en sus tiempos heroicos, el caballero fue algo muy distinto. Su padre no le daba otro preceptor que el caballo. Lo ponía sobre la silla a los cinco o seis años y allí lo dejaba crecer, sin la sospecha siquiera del alfabeto que, por otra parte, él mismo ignoraba. El individuo que surgía de esa crisálida era un tosco y rudo soldadote, supersticioso y turbulento, siempre en busca de alguna pendencia a la que arrimarse. Hacía ostentación de ignorancia, como una señal de casta. «No sabe leer ni escribir por-que es noble" es una frase que quedó por esnobismo hasta el pasado siglo. El pequeño feudo del que era titular, apenas le daba para vivir. Sus casas estaban habitadas por campesinos, pues los señores paraban poco en ellas. Vivían sobre su caballo, dormían en el suelo con la silla de montar por almohada y no conocían otro oficio que la guerra. A veces guerreaban entre sí sin otro ob-jeto que el de mantenerse en forma. En vano intentaba la Iglesia llevar a una existencia más ordenada a aque-llos bandoleros espadachines, proclamando treguas o «paces de Dios". Todavía en el siglo XI, el cronista Lamberto de Waterloo contaba que diez hermanos de su padre habían quedado inertes en un «festejo de armas» en Tournai.

Pero eran unos soldados formidables, de un valor y una resistencia a toda prueba. Fueron ellos quienes salvaron a Europa de los musulmanes cuando estos cruzaron los Pirineosoda

La precariedad de las instituciones feudales permitió a Italia ser la primera en salir de las tinieblas y desarrollar una cultura urbana importante".
MONTANELLI, Indro; GERVASO, Roberto (1965)
Historia de la Edad Media
random House Mondadori, barcelona 1991. Colección   "debolsillo"-
Pàgina 347