dimarts, 19 de febrer del 2013

Plató: la bellesa, la inmortalitat...

Inmortalitat de l'ànima
Plató
Platón (en boca de Sócrates) demuestra la inmortalidad del alma mediante tres argumentos:

1) Argumento de los contrarios: A cada estado sigue su contrario. Al dormirse sigue siempre el despertarse (sino, todo acabaría por estar dormido). Y al morir sigue siempre el revivir (si no, todo acabaría por estar muerto).

2) Argumento de la reminiscencia: tenemos nociones previas (como la de «igual») que no hemos sacado de la experiencia (en la cual jamás hay dos cosas exactamente iguales), sino que las recordamos de antes de haber nacido, cuando nuestra alma conoció lo igual en sí, lo bueno , en sí, lo bello en sí, etc. Luego nuestra alma es preexistene .

3) Argumento de lo visible y lo invisible. Las cosas incorruptibles son invisibles e idénticas a sí mismas, las corruptibles son visibles y variables. El cuerpo se asemeja a estas últimas, el alma a las primeras.


Las almas puras de los filósofos van a hacer compañía a los dioses. Las almas impuras y apegadas al cuerpo, sucias y entremezcladas de materia, vagan como fantasmas hasta volver a encarnarse en otros animales o humanes, según su vicio o virtud. La función de la filosofia estriba precisamente en preparar el alma para la muerte purificándola y separándola del cuerpo.


La bellesa
El Fedro (en griego, Phaidros) es un precioso diálogo sobre la belleza, el amor, el alma y la retórica. El amor es una forma de delirio divino, lo mismo que la adivinación, la poesía. El delirio de amor se explica por la reminiscencia de la forma eterna de la belleza, que vimos antes de nacer. El alma es como un carro tirado por dos caballos alados (uno bueno y otro malo) y conducido por el auriga (la razón). Mientras los caballos tienen alas, el alma vuela más allá del cielo y contempla las formas puras, en especial la forma de la belleza. Cuando las alas se rompen, el alma se cae a la Tierra y se encarna en un cuerpo. Cuando el alma ve en este mundo objetos bellos, recuerda la forma de la belleza que vio en el otro, por lo que experimenta una intensa e inexplicable nostalgia y pasión, una locura o delirio, en que consiste el amor. La presencia del amado excita esta pasión, hace que nos rebroten las alas y que de nuevo podamos volar. Adecuadamente controlado por el auriga, por la razón, el delirio amoroso se transforma en suma sabiduría, en filosofía verdadera, en contemplación de la forma pura de la belleza y, en general, de las formas eternas.

MOSTERÍN, Jesús:
La hélade (2006)
Alianza Editorial, Madrid 2007

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